Dos motivos tuve aquella noche,
un beso de tus labios y tu mirar,
entonces como ríos adyacentes tus palabras
fluyeron llevando en su cauce
la maestría de tus manos,
la urgencia de tu sociabilidad.
Nuestros rostros eran uno solo
dibujados en mediana oscuridad,
una sola silueta nuestros cuerpos,
una sola las ganas de amar.
Tras las doce treinta cayeron las ropas,
en la penumbra pasión, sudor, miel y sal,
ensanchaban las paredes que
anhelosas de estar en mi condición
no dejaban de mirar.
Miles de besos, millones de caricias,
docenas de palabras flotaban en el aire
en ese espacio en que me hiciste naufragar.
Las manecillas avisaron que eran cuarto para la cinco,
volvió entonces, por cada ventana, desdeñosa realidad.
Otra vez un beso de tus labios y tu mirar,
tras tu voz alejándose entre sombras,
madrugada eterna que se hizo hábito
por un beso de tus labios y tu mirar.
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