Tumbada en el colchón, abrazada a la nostalgia
la inercia llevó mis pasos a la ventana,
quería ver hacia fuera para encontrar una razón
que me obligara a abandonar la pereza.
Y ahí estaba… con sus colores tornasol,
con la rápida vibración de sus pequeñas alas,
que lo mantenía como suspendido en el vacío,
de frente a mí, danzando y reclamando el néctar
que religiosamente he colocado para él, en una rama.
No sé si fue la fascinación o el agitar de sus alas,
pero hasta creo que algo musitaba.
Qué loca idea la mía de volver a los desvaríos
de mi lejana infancia,
cuando creía ciegamente que su presencia
era el aviso indiscutible del amor,
una forma diferente de que Cupido
diera comienzo a su acecho
trayendo un nuevo afecto a la puerta de mi alma.
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