Qué curioso, hoy tu recuerdo llegó a mí,
entre incienso, copal y ofrendas.
Hace casi un año que te fuiste,
quizá deba ponerte un altar.
Porque con tu partida se murieron mis temores,
cavé profundo tus besos y caricias,
asesinaste a sangre fría mi confianza.
Disparaste mentiras como balas
que ahora son los clavos
que me sostienen a la cruz
de aquellos besos en el lago
en una noche de otoño,
noche oscura y fría.
Aún percibo tu olor incluso entre la mirra.
Reconozco todos mis muertos
que dejaste al decir adiós,
sin explicación y sin sentido;
mientras camino hacia la ofrenda,
algunos cadáveres cobran vida, resucitan.
Finalmente resuelvo…
ponerle tu nombre al pan de muerto
que abarca la mitad del primer cielo.
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