Por las flores de estación y las perennes,
pero sobre todo por las espinas
que al cultivarlas me recuerdan
que mis manos sienten.
Por todas las sonrisas evidentes,
por todas aquellas que se quedan tan sólo
en contorsiones entumidas de mis labios;
por el millar de lágrimas que buscan presurosas
una salida de mis ojos, aunque al nacer
pierdan su teórico valor.
Por la dulce y tersa mano amiga,
la que cruza las distancias
y rompe los silencios con indulgencia;
por aquella que se posa en mi espalda
y antes de irse ironiza con otras
sobre los carcinomas que la vida me regala.
Por la palabra correcta a la hora exacta,
por las verdades que habitan en mi,
pero en otros labios me urge recordarlas;
por afonías abismales, que prudentemente esperan
en las cuevas oscuras y frías,
de los seres que son ecos de ellas mismas.
Gracias por el sofisma para hacer memoria
de que sólo soy migaja de este pan,
grano minúsculo de arena,
da igual si del reloj o de una playa.
Ente mutilado de soberbia,
hedonismo de sueños
absorbido en un espiral
de simple condición.
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