Huelo la
hierba bañada de rocío,
mientras
paseo por los trigales,
el sol me
cobija entre sus brazos
robándole a
la luna celosa y distraída,
una estrella
para mi,
por cada vez
que ha
alargado nuestras horas.
El aire
coquetea con mis mejillas,
para
desbocarse después entre mis ropas;
el agua fría
del río va descendiendo
por mi
vientre perturbado de emociones.
Quién
entendiera que no miro, que no siento
cuando
disfruto de tales sensaciones,
como si
muriera un instante
para extasiarme
en la maravilla
del color de
los trigales.
De esos ojos
tuyos que miran
cambiando su
color
según
seduzcan, rehuyan o aquieten,
como aguas
turbulentas
en las que se
ahogan las cosas silenciosas
que entre
nosotros dormitan.
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